“Sus ojos en el cielo alumbrarían tanto los caminos del aire que hasta los pájaros cantarán ignorando la noche”. Romeo
Una noche, me visitó la idea que debía irme de viaje, con una maleta, varias libretas y todos los ahorros.
Mi pequeña visitante me robó el sueño y dejó a cambio emoción, curiosidad, deseo y sobre todo duda, a dónde iría.
La realidad es que en ese preciso momento no tenía los recursos suficientes para comprar un boleto de avión a un destino interesante pero eso no me frenó. Toda la noche me quedé con mi laptop buscando opciones y haciendo planes en mi imaginación, amo esos planes.
Mis dedos teclearon Cartas a Julieta, de forma inmediata apareció el Club de Julieta y ya de madrugada les mandé la carta que después llamaría: carta a mis sueños.
Pasaron los días y me veía sola, feliz, viajando y disfrutando de las tardes en Italia en el mes de Septiembre cuando los atardeceres siguen siendo bellos y el clima cálido, aunque Roma sea un caldo de hervores todo el tiempo.
Siguió una semana y yo seguía sin respuesta de las secretarias de Julieta pero sabía que ese era mi próximo destino y que en cuestión de meses estaría pidiendo mi café espresso y caminando con unos lindos zapatos italianos por Verona.
El mail de respuesta llegó, me habían aceptado para ser parte del Club de Cartas a Julieta. El universo conspiró y todo estaba listo para partir en un viaje que me ayudaría a cambiar mi visión sobre los sueños y el amor.
Aterricé en Milán pasé unos días en un lago bellísimo pero mi ansiedad por llegar a entender qué haría en el club me devoraba. Al tercer día y sin maleta llegué a Verona.
Eran casi las nueve de la noche y de inmediato me sentí parte de la ciudad, como si en otro momento ya hubiera estado ahí pero entonces estaba anestesiada, una sensación mezclada de adormilamiento e incapacidad de articular las palabras en Italiano, sin embargo entendía todo a la perfección.
Llegué a casa de Giovanna, una construcción con arquitectura típica de la región, con bardas bajas, una cerca linda y muchas flores en la fachada, pintada en tonos pastel. Ubicada en el corazón de la ciudad, muy cerca de los lugares turísticos. Llegué, timbré y toda su familia salió a recibirme con una gran sonrisa.
Me ofrecieron de cenar y comí un delicioso plato de arroz con chicharos, queso y jitomates cherry. Sentí en el paladar el chorro extra de aceite de oliva y lo acompañé con un vino tinto acuoso, perfecto para relajarme.
La rentera dejó una bicicleta y comentó que me esperaban al día siguiente a las once de la mañana en el club, cosa que me pareció increíble, los italianos no son muy mañaneros y yo tampoco así que todo pintaba a mi favor.
No podía esperar más, llegué al club y me recibieron con mas de cien cartas por contestar en español. La última persona que había escrito cartas fue una española de Valencia, me contaron que se trataba de una escritora y desde su partida no había llegado nadie que hablara español.
Mi corazón empezó a bailar y no puede evitar volverme loca de emoción, me sentí como una niña viviendo su más grande sueño.
Qué magia conocer una parte de la leyenda viva del amor, Julieta y su club de chicas románticas.
La siguiente noche no pude dormir y escribí en mi diario.
Verona, 10 de septiembre del 2015
No sé qué me sucede son las 4:04 am y estoy despierta escribiendo estas líneas.
No cabe duda que si uno deja la rutina el tiempo se vuelve mucho más amable, y los días parecen premiarte con horas extras.
Hoy caminé quince kilómetros y recorrí en bicicleta otros tres, llegué a casa poco antes de las ocho y me dormí a las diez de la noche, no podía más del cansancio.
Después de leer y ver algunas cartas que le mandan a Julieta, me impresiona lo que el amor mueve y el motor que impulsa a los humanos, para este no hay edades hoy encontré un texto que escribió una niña de siete años, preguntando como sabría identificar al amor de su vida. Come on! Tiene sieeeeeete años es en serio, qué chica más apasionada y curiosa.
En el día soñé y escribí, y por la noche escribí más.
Un librero antiguo en la esquina del salón del Club guardaba toda la correspondencia. Las cartas se separan por idiomas y se colocan en cajas. Así cada quien elige la caja del idioma que hable, las cinco chicas voluntarias nos reunimos con el propósito y misión de leer cartas de amor.
En ese momento caí en cuenta que no sabía a qué iba pero estaba por descubrirlo. Empecé a percibir ese sitio como un santuario, un lugar donde las pasiones, los miedos, deseos, cariños y adoraciones llegaban esperando recibir respuesta.
La realidad es que llegan demasiadas cartas, no todas se contestan, otras seguro se pierden en el trayecto del servicio de correo, en fin es magia o coincidencia las que se contestan con la firma de Julieta.
Un día fui a tomar lunch con Berry, la chicas más menuda y chiquita de todas las presentes. Su aspecto coincidía con la de una adolescente de no mas de veinte años. Empezamos a platicar en inglés y yo la interrogué como policía de la FBI, entonces supe que tenía treinta y cinco años, que había nacido en China pero estudió en Alemania.
Su nombre en chino era otro pero con la ayuda de una profesora de primaria decidió ser Berry en el mundo occidental. Verona le había llamado porque necesitaba leer, sentir y dar amor. En Alemania se dedicaba a dar resultados positivos a pacientes con cáncer, estaba constantemente en contacto con la muerte.
Julieta fue su mejor opción para ponerle color a su vida y lograr un poco más de equilibrio, su historia se me quedó grabada para siempre.
Yo entre tanto me llené de textos para el amor y por el amor, preguntas de adolescentes, personas mayores, un archivo de vivencias pidiendo respuestas, donde la edad no era ningún factor.
Entonces el amor me confrontó y fue mucho más fácil para mí lidiar con él porque en Verona se respira amor, se come amor.
El paisaje, la ciudad, la comida, todo absolutamente todo es bello, el cielo se pinta en tonos pastel y simplemente entré en el efecto de Romeo y Julieta, me convertí en una viajera apasionada y curiosa.
Entendí que cargaba en la maleta un mal de amor desde hace muchos años y no quería soltarlo, aferrada a no dejarlo, sin atreverme a ver la vida en tonos rosas otra vez. Hasta que Julieta hizo una especie de llamado y me puse en sus zapatos, firmé varias cartas con su nombre y ella me hizo un regalo mágico.
El entendimiento que el amor está en mí. Nadie me lo da, ni me lo quita. Que no es una persona, no tiene un rostro definido, y tampoco tiene un solo aroma, no vive en un mismo sitio, que es viajero y le gusta encontrarte donde menos piensas y en las cosas mas ordinarias.
Por eso siempre estaré feliz de haberme puesto en los zapatos de Julieta, de seguir una idea vaga, sin fondos en mi cuenta y no parar hasta vivir un sueño cursi que veía como inalcanzable y de película.
¿Cómo llegó el dinero? Simplemente cayó, así sin esperarlo me ascendieron en el trabajo y con pocos meses de ahorros perseguí una aventura.
Los ojos de Julieta nunca los vi en persona pero dormida hablé con ella y en su balcón me hipnotizó como al pobre Romeo y alumbró los caminos del aire, olvidé e ignoré la noche para soñar en el día.
Hasta la fecha de repente viene y sacude mi mundo, me recuerda que todo es posible y que los sueños nocturnos pueden modificarse de día.
El club inició en 1930, la historia data que un guardia empezó a recibir las cartas que los visitantes dejaban a Julieta en su tumba. Al llegar a casa en sus tiempos libres respondía aquellas cartas y las mandaba por el mundo, sus amigos se enteraron de lo que estaba haciendo y se unieron, así se sumaron más y más voluntarios. El “oficio” se fue heredando por generaciones hasta que ahora Giovana, nieta del fundador lleva esta noble y dulce labor de enviar amor a todo el mundo. Si te interesa ser una secretaria de Julieta, inscríbete y vive el cichlé del amor, disfruta de Verona y escribe tu propia versión de Cartas a Julieta.
Después de vivir esta linda experiencia recorrí el novedoso país, durante treinta días. El Sol salió y se despidió una y otra vez, la Luna me observó mientras visité nuevos sitios y otras tantas veces solo me contempló mientras dormía o escribía bajo mis sábanas con la computadora sobre mi regazo. La aventura y el misterio siempre estuvieron ahí tan cerca y fieles como mi sombra.
Esta experiencia cambió mi perspectiva de muchas cosas y regresé con la maleta pesada pero ya no cargué ese mal de amor con el que me fui. A cambio traje kilos extras de ricas pizzas y pastas que comí, zapatitos italianos y otras bellezas que ahora cuelgan en mi armario.
Viajar sola fue mi graduación para una nueva faceta que me esperaba aunque yo no tenía ni idea de lo que seguía en mi vida.
Aquí pueden leer la versión que hice para WowMagazine.
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